De: Jorge sarquis (jisarquis@hotmail.com)
Enviado: lunes, 30 de marzo de 2009 09:11:10 p.m.
Para: Grandes Montañas
Para los asiduos visitantes del prestigiado blog grandes montañas, nos complace hacer la 7a entrega de su novela semanal: Un asunto familiar. Esperamos la disfruten. Disculpas por el retraso. JSR
Un Asunto Familiar
7ª entrega
De pronto Mariano se dio cuenta del silencio, regresó al momento y procedió a resumir para el anciano los sucesos de esa mañana en la presidencia municipal y el acuerdo comprometido por su hijo. El viejo no parpadeó por un instante, atento siempre a lo que decía su anfitrión.
–Don Juvenal, -se aventuró decidido Mariano- yo le tengo aprecio a su hijo, de veras, como a todos los hombres que trabajan aquí. Me dolería –prosiguió- verlo perder su trabajo; sentiría mucho verlo en la cárcel y a su familia sufrir. Yo quiero ayudarlo y por eso me comprometí con el alcalde a que nosotros cubrimos todos los gastos médicos de su nieta además de una indemnización por los inconvenientes y también le damos a Juvenal permiso de faltar el viernes para que vaya a la cita que tiene con el juez de paz para ponerse de acuerdo con doña Gudelia y terminar de una vez por todas con estas desavenencias. Todo lo que le pido es que asista usted el viernes con sus hijos ante el juez. Sintió que el viejo lo miraba desde muy lejos, casi desde la misericordia.
-Señor ingeniero, -le oyó decir- asté es el patrón de mijo, ¿por qué se mete en lo que no le importa? -Mariano se quedó helado, habría esperado cualquier cosa menos el rechazo.
–Asté dispense señor ingeniero, yo no sé nada, soy un pobre ignorante que ni leer puede; pero mi familia es mía; mis asuntos son míos ¿Por qué no se conforma con pagarle a Juvenal su sueldo? ¿Le importa de verdad mi hijo? ¿Qué cree asté que haiga que hacer con su hijo que nomás se la pasa temblando? -Mariano quedó mudo.
– ¿Le va asté a ayudar a su hija a irse a estudiar a Cuernavaca o a México, o le da lo mesmo que se quede de puta en Tlalquitenango? Señor ingeniero, -continuó el anciano sin inmutarse- la vida del campo es dura; por eso semos duros los de por acá. Su mercé es léido, sabe más que yo, es joven y ya es jefe aquí. Pero asté es igual que los niños de las casas grandes de mis tiempos, dijo a modo de conclusión definitiva de un juicio sumario al que ya había sometido al jefe de la estación. El viejo se puso de pié con dificultad y como resorte, Mariano junto con él, incapaz de articular palabra. Con los ojos clavados en los del joven ingeniero, el viejo dijo a manera de despedida:
-Muchas gracias por sacar a Juvenal de la cárcel señor ingeniero, yo veré cómo le hago con lo demás, asté no pierda su tiempo. El viejo Juvenal caminó lentamente hacia la puerta; Mariano se le adelantó con un par de zancadas para luego respetuosamente cederle el paso hacia la salida de las oficinas.
-Si me hace asté el favor de pedir que me lleven a mi casa, porque ya me cansan muy rápido estas salidas señor ingeniero -solicitó el viejo Juvenal con humildad.
–Nada de chofer don Juvenal, si me permite, yo mismo lo llevaré a su casa.
–Si se quiere molestar asté con este pobre viejo… Caminaron despacio al estacionamiento; a una señal de Mariano el chofer se acercó a ellos con la camioneta tanto como pudo.
–Gracias Eleazar, déjela ahí, yo mismo voy a llevar a don Juvenal -instruyó al chofer mientras ayudaba al anciano a subir al vehículo. Eleazar rodeó rápidamente la camioneta para asistir el abordaje del visitante y entregó las llaves a Mariano.
–Por favor, Eleazar, dígale a Cristi que llame a la presidencia, si lo logra, que me enlace con ellos por el radio.
–De acuerdo inge -afirmó el chofer.
Mariano condujo despacio esta vez. Sentía la necesidad de no dejar ir al anciano, tenía que hacerle entender que no había resentimiento por lo que dijo aquél en la oficina; no porque eso importara al viejo, era obvio que no; pero le importaba a él sentirse seguro de no guardar ningún resentimiento y necesitaba transmitir el mensaje al anciano; también es cierto que estaba decidido a no dejarse excluir. Además de la palabra comprometida, era un hecho -ahora lo veía claro- que la clave de la solución era el viejo y que el profesor Grajales tenía razón en querer sentar un buen precedente con este caso para lograr introducir la idea del testamento en el pueblo. No tocaría el tema otra vez ahí mismo, esperaría uno o dos días, había tiempo. Necesitaba trabajar un poco en la confianza del viejo hacia él. ¡Claro! -pensó, ¿por qué tendría que felicitarme por querer ayudar? Esta gente está acostumbrada al engaño y a ser defraudados por cualquiera que se les acerca, ¿por qué habría de creer el viejo que yo soy distinto? ¡Qué bruto fui! debe haberle parecido un insulto que un mocoso quisiera darle lecciones de vida, ¡fui un idiota!, resumió. Con renovado entusiasmo reanudó la plática– ¿Ya conocía usted la estación don Juvenal? –No había yo entrado nunca señor ingeniero, pero muchas veces la he visto desde mi casa y a veces me he acercado hasta la malla junto al canal pa´blar con mijo o darle su almuerzo; manque no tan seguido ahora porque ya no puedo caminar casi, señor ingeniero. –¿No me diga que somos vecinos? -preguntó genuinamente sorprendido. Sabía que Juvenal vivía cerca pero no dónde, exactamente; de hecho, excepto por la casa de Ismael, por haber estado en ella, y la de Cristina, porque la veía sentada junto a su madre con frecuencia en las tardes después del trabajo, tomando el fresco en el pórtico sobre Independencia, la calle por donde se entraba al pueblo para llegar al parque y al palacio municipal, excepto por esos dos casos, Mariano no sabía dónde vivía ninguno de los trabajadores.
–Sí señor ingeniero, somos vecinos, confirmó don Juvenal; -yo le vendí a la cimi dos etarias de mis tierras abajo del canal pa´que se completara la estación. A Mariano siempre le había causado cierta gracia que todos en el pueblo llamaran a la estación “la cimi” o se refirieran a ella como “la compañía”. Incluso había dejado de esforzarse en explicar que no era “la cimi” sino el CIMMYT, centro internacional de mejoramiento de maíz y trigo; y que no era una empresa o compañía particular, ni siquiera de gobierno, sino un organismo internacional financiado por muchos gobiernos y organismos no gubernamentales, como la Fundación Rockefeller.
-Mire usted, no sabía yo eso –confesó- oiga don Juve, ¿podría mostrarme desde la estación cuál es su casa? -se atrevió a preguntar en tono de camaradas.
–Sí señor ingeniero. Mariano frenó casi al llegar a la caseta de la entrada a la estación.
–Don Juvenal, -se aventuró decidido Mariano- yo le tengo aprecio a su hijo, de veras, como a todos los hombres que trabajan aquí. Me dolería –prosiguió- verlo perder su trabajo; sentiría mucho verlo en la cárcel y a su familia sufrir. Yo quiero ayudarlo y por eso me comprometí con el alcalde a que nosotros cubrimos todos los gastos médicos de su nieta además de una indemnización por los inconvenientes y también le damos a Juvenal permiso de faltar el viernes para que vaya a la cita que tiene con el juez de paz para ponerse de acuerdo con doña Gudelia y terminar de una vez por todas con estas desavenencias. Todo lo que le pido es que asista usted el viernes con sus hijos ante el juez. Sintió que el viejo lo miraba desde muy lejos, casi desde la misericordia.
-Señor ingeniero, -le oyó decir- asté es el patrón de mijo, ¿por qué se mete en lo que no le importa? -Mariano se quedó helado, habría esperado cualquier cosa menos el rechazo.
–Asté dispense señor ingeniero, yo no sé nada, soy un pobre ignorante que ni leer puede; pero mi familia es mía; mis asuntos son míos ¿Por qué no se conforma con pagarle a Juvenal su sueldo? ¿Le importa de verdad mi hijo? ¿Qué cree asté que haiga que hacer con su hijo que nomás se la pasa temblando? -Mariano quedó mudo.
– ¿Le va asté a ayudar a su hija a irse a estudiar a Cuernavaca o a México, o le da lo mesmo que se quede de puta en Tlalquitenango? Señor ingeniero, -continuó el anciano sin inmutarse- la vida del campo es dura; por eso semos duros los de por acá. Su mercé es léido, sabe más que yo, es joven y ya es jefe aquí. Pero asté es igual que los niños de las casas grandes de mis tiempos, dijo a modo de conclusión definitiva de un juicio sumario al que ya había sometido al jefe de la estación. El viejo se puso de pié con dificultad y como resorte, Mariano junto con él, incapaz de articular palabra. Con los ojos clavados en los del joven ingeniero, el viejo dijo a manera de despedida:
-Muchas gracias por sacar a Juvenal de la cárcel señor ingeniero, yo veré cómo le hago con lo demás, asté no pierda su tiempo. El viejo Juvenal caminó lentamente hacia la puerta; Mariano se le adelantó con un par de zancadas para luego respetuosamente cederle el paso hacia la salida de las oficinas.
-Si me hace asté el favor de pedir que me lleven a mi casa, porque ya me cansan muy rápido estas salidas señor ingeniero -solicitó el viejo Juvenal con humildad.
–Nada de chofer don Juvenal, si me permite, yo mismo lo llevaré a su casa.
–Si se quiere molestar asté con este pobre viejo… Caminaron despacio al estacionamiento; a una señal de Mariano el chofer se acercó a ellos con la camioneta tanto como pudo.
–Gracias Eleazar, déjela ahí, yo mismo voy a llevar a don Juvenal -instruyó al chofer mientras ayudaba al anciano a subir al vehículo. Eleazar rodeó rápidamente la camioneta para asistir el abordaje del visitante y entregó las llaves a Mariano.
–Por favor, Eleazar, dígale a Cristi que llame a la presidencia, si lo logra, que me enlace con ellos por el radio.
–De acuerdo inge -afirmó el chofer.
Mariano condujo despacio esta vez. Sentía la necesidad de no dejar ir al anciano, tenía que hacerle entender que no había resentimiento por lo que dijo aquél en la oficina; no porque eso importara al viejo, era obvio que no; pero le importaba a él sentirse seguro de no guardar ningún resentimiento y necesitaba transmitir el mensaje al anciano; también es cierto que estaba decidido a no dejarse excluir. Además de la palabra comprometida, era un hecho -ahora lo veía claro- que la clave de la solución era el viejo y que el profesor Grajales tenía razón en querer sentar un buen precedente con este caso para lograr introducir la idea del testamento en el pueblo. No tocaría el tema otra vez ahí mismo, esperaría uno o dos días, había tiempo. Necesitaba trabajar un poco en la confianza del viejo hacia él. ¡Claro! -pensó, ¿por qué tendría que felicitarme por querer ayudar? Esta gente está acostumbrada al engaño y a ser defraudados por cualquiera que se les acerca, ¿por qué habría de creer el viejo que yo soy distinto? ¡Qué bruto fui! debe haberle parecido un insulto que un mocoso quisiera darle lecciones de vida, ¡fui un idiota!, resumió. Con renovado entusiasmo reanudó la plática– ¿Ya conocía usted la estación don Juvenal? –No había yo entrado nunca señor ingeniero, pero muchas veces la he visto desde mi casa y a veces me he acercado hasta la malla junto al canal pa´blar con mijo o darle su almuerzo; manque no tan seguido ahora porque ya no puedo caminar casi, señor ingeniero. –¿No me diga que somos vecinos? -preguntó genuinamente sorprendido. Sabía que Juvenal vivía cerca pero no dónde, exactamente; de hecho, excepto por la casa de Ismael, por haber estado en ella, y la de Cristina, porque la veía sentada junto a su madre con frecuencia en las tardes después del trabajo, tomando el fresco en el pórtico sobre Independencia, la calle por donde se entraba al pueblo para llegar al parque y al palacio municipal, excepto por esos dos casos, Mariano no sabía dónde vivía ninguno de los trabajadores.
–Sí señor ingeniero, somos vecinos, confirmó don Juvenal; -yo le vendí a la cimi dos etarias de mis tierras abajo del canal pa´que se completara la estación. A Mariano siempre le había causado cierta gracia que todos en el pueblo llamaran a la estación “la cimi” o se refirieran a ella como “la compañía”. Incluso había dejado de esforzarse en explicar que no era “la cimi” sino el CIMMYT, centro internacional de mejoramiento de maíz y trigo; y que no era una empresa o compañía particular, ni siquiera de gobierno, sino un organismo internacional financiado por muchos gobiernos y organismos no gubernamentales, como la Fundación Rockefeller.
-Mire usted, no sabía yo eso –confesó- oiga don Juve, ¿podría mostrarme desde la estación cuál es su casa? -se atrevió a preguntar en tono de camaradas.
–Sí señor ingeniero. Mariano frenó casi al llegar a la caseta de la entrada a la estación.
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NOTA: Para leer todos los capítulos anteriores consulte en:

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