viernes, 17 de abril de 2009

Cumbres, políticos, y… ¿Soluciones?


Cumbres, políticos, y… ¿Soluciones?


Laura Fernández-Montesinos Salamanca

Londres, abril 2, cumbre de los G20. Tema central: soluciones a la crisis económica.
Por primera vez en muchas generaciones, es posible ver atisbos de responsabilidad en los líderes del mundo ante nuestro egoísta e irresponsable comportamiento. La economía no es la única que está sufriendo la malversación fraudulenta de quién sabe manejar los ahorros de las masas para hacerse multimillonario, sino nuestra casa, la más deteriorada.
El capitalismo recalcitrante, sin norma, regulación ni ley; el individualismo recurrente que desoye los gritos del perjudicado pisoteado y aplastado, ha desembocado en una crisis artificial insólitamente amenazadora por los globales tentáculos de unos gestores, avariciosamente preocupados por la pérdida de los beneficios que les procura la especulación, y cuyos mayores afectados siguen siendo los de siempre, sobre los que se cierne un desconsolador futuro de carencias básicas, y hambruna severa.
El análisis de esta cumbre pasa por varios grados: desde la honestidad de los representantes, hasta la continua explotación de los recursos de países pobres, que los sume en la más absurda miseria, la guerra, los niños soldados, y los miles de refugiados.
En cuanto a la primera premisa, destacar que si se han logrado acuerdos -por los que ésta cumbre se considera un éxito- es por la aplicación de algunos de sus representantes de peso, y su deseo consciente para trabajar por aportar beneficios reales –posiblemente porque no queda más remedio: es exigencia electoral de los votantes del mundo-.
Por desgracia, algunos de los líderes no han mostrado más que su falta de imaginación y voluntad para hallar soluciones. Más preocupados por la dramatización y los reflectores en lugar de su gestión, han sido ferozmente criticados por la prensa mundial: El Sr. Berlusconi, cuyo afán protagonista, aunado a sus desafortunadas declaraciones durante el terremoto que sacudió a su país: “los afectados han de tomarse estos días como de descanso”, ha evidenciado que más que presidente, es un actor de la farándula. Y el Sr. Sarkozy, que con su frase: “moralizar el capitalismo” ha sorprendido gratamente al mundo, pues son conocidas sus dotes histriónicas y su gusto por ventilar y presumir de su novelesca vida privada, en lugar de afrontar los graves problemas que acucian a su país. No sería mala idea empezar a redefinir términos y normas hacia los servidores públicos, tal y como se está intentando hacer con la economía.
Es muy posible que muchos de los acuerdos que se han alcanzado en la cumbre sean objetos ocultos entre países que busquen, como siempre, el beneficio propio. Así ha actuado la humanidad desde que a algún avezado se le ocurrió imponerse como jefe de tribu. Pero olvidamos, o bien no nos importa, el perjuicio causado. Lastimosamente todavía no se aspiran vientos de cambio, pero al menos se abre un resquicio para volver a tener esperanza: el reconocimiento –particularmente de los más responsables, Estados Unidos- de las afectaciones que el ritmo del mundo occidental produce sobre otros países, cuyo subsuelo es de gran interés, así como la necesidad de crecer de manera sustentable, en lugar de pensar dónde lanzar las bombas que reactivan la economía de los países desarrollados. Estas dos premisas son las que hacen la diferencia. Si bien todavía es muy incipiente, la lucha por la supervivencia del planeta empieza a ocupar espacios en las agendas. Lo realmente esperanzador sería que la aplicación de estos objetivos sea plena, real, responsable, respetuosa y sobre todo valiente, sin desfallecer ante las presiones interesadas de las poderosas multinacionales, lo que es muy complicado, pues este insólito cambio, nos obligaría a todos a tomar acciones responsables hacia las sociedades a las que pertenece la tierra que produce los recursos. Hacia el manejo responsable de los mismos, y a la reducción del consumo exacerbado. El tomar acciones en campos de batalla ajenos, adquiriendo las responsabilidades que nos corresponden no nos agrada como países ni como individuos, pero es indispensable si queremos sobrevivir como especie.
La regulación financiera de una economía tan salvajemente librecambista como la occidental, en la que el consumo es la única y avariciosa vía para enriquecernos, afecta muy negativamente al mundo: nos negamos a aceptar que los recursos de la Tierra son limitados, porque repercute en nuestra comodidad y lujos absurdos a los que estamos atados. Muchos de estos limitados recursos se encuentran en el subsuelo de países paupérrimos, cuya población se enfrenta a condiciones infrahumanas de trabajo por un salario ínfimo, para dotar a la sociedad occidental de materias primas para necesidades, que –pensamos- son indispensables. El reconocerlo, ha sido un paso vital, por lo que se recordará a esta cumbre. Pero su aplicación todavía es una utopía, y hacerlo con responsabilidad, está aún más allá, pues las guerras siguen vigentes para reactivar economías, se siguen usando armas prohibidas, y encerrando a poblaciones enteras en guettos y en campos de concentración simulados con muros fronterizos. Tras el reparto del mundo por parte de las potencias vencedoras, antes y después de la segunda guerra mundial, parte de Asia y África quedaron en manos de potencias Europeas. Se definieron fronteras, antes inexistentes, se invadieron territorios, se impuso la cultura occidental. El consecuente choque de culturas todavía hoy, cincuenta años más tarde, no se ha superado, y carcomen a guerras, hambrunas y miseria a la mayoría de estos países: el petróleo de los países del medio oriente los convierte en los esclavos de occidente, La India se dividió, y hoy día sigue en pugna con Pakistán, lo mismo que Hong-Kong. Palestina no existe, el norte de África sufre del hambre de la moderna occidentalidad, y los países subsaharianos están tan devastados, que los que no son desplazados, refugiados o guerrilleros, deben emigrar para no morir de inanición o en la guerra. La invasión italiana a Etiopía durante la dictadura de Mussolini, propició la separación de Eritrea, y devastó al país hasta tal punto, que sus selvas y bosques son hoy desierto. Desde hace décadas, la hambruna se ceba con sus habitantes que malviven con la escasa ayuda internacional. La colonización Belga de centro África generó la diferenciación de las etnias Tutsi y Tutu del Zaire, y provocó un conflicto racial de dimensiones inimaginables, que desembocó en la guerra fraticida de los 90, con el resultado de la muerte de más de un millón de civiles, por el solo hecho de pertenecer a una u otra etnia. Hoy día son dos países diferentes y devastados: Ruanda y Burundi, en los que un 80% de sus habitantes, son mujeres.
Hasta hace unos pocos años, los diamantes de Sierra Leona y Liberia, generaron un conflicto de similares dimensiones. La avaricia de los líderes, provocó una sangrienta y cruel guerra civil por el control de las minas. Los mineros trabajaban prácticamente como esclavos, y se utilizaba a los niños como soldados. Desgraciadamente este tipo de situaciones está muy lejos de acabar. Hoy día sucede lo mismo en el Congo, productor de casiterita y coltán, superconductores usados en teléfonos celulares y computadoras. El problema no es el uso de los recursos, sino la forma de obtención. En las minas, controladas por guerrillas para proteger a los dueños, con frecuencia compañías extranjeras, los mineros trabajan en las más penosas condiciones –casi esclavistas y sin garantía de subsistencia- tras haberse visto obligados a abandonar el campo, pues la guerrilla robaba sus cosechas. Sus hijos están desnutridos y sufren severas secuelas por la guerra. Los especuladores compran el mineral a precios irrisorios, y los revenden a precios internacionales. El Congo está devastado. Mientras, el mundo se hace el occiso, lo que nos convierte en cómplices, pues no culpamos la avaricia de los especuladores, sino a los gobiernos corruptos de estos países, a los que hemos sobornado para obtener su riqueza.
La arrogancia y el egoísmo de nuestro mundo nos han rebasado. El fracaso del capitalismo ha dejado una brecha por la que trasmina la fetidez de la podredumbre del mundo. No es sano buscar el bien propio, permitiendo que la injusticia se cebe siempre en los más débiles. Es como vivir sobre montañas de cadáveres.
Si este reticente “mea culpa” de los países ricos, por las facturas sangrientas cobradas históricamente en el subsuelo de los más pobres, ha obligado a la reforma de las instituciones financieras en su favor, y la necesidad de un crecimiento sustentable está sentado bases históricas, la regulación de los sistemas bancarios, abandonados en manos de especuladores y colosos amasa-fortunas fraudulentos, así como los paraísos fiscales, está también ¡por fin! en el punto de mira.
Por último, restaurar la confianza de los ciudadanos sea quizás lo más complicado. Más incluso que el estímulo a la economía, el comercio y el empleo, pues por fin hemos comprendido que la injusticia no ayuda al crecimiento. Que todos nos necesitamos, que la permisividad excesiva provoca situaciones como el caso Maddoff y el de las grandes corporaciones financieras, por las que terminamos pagando todos, aunque no reconozcamos que gran parte de la corrupción la generamos nosotros, permitiendo que nuestros gobiernos sobornen a gobiernos de países productores. Que les vendan armas a cambio de materias primas muy de la necesidad del mundo occidental.
Faltan todavía muchos logros, como el de reducir el consumo, pues la Tierra se agota, y el aumento de la población perjudica ostensiblemente. También el de informarnos adecuadamente sobre el origen de los conflictos del mundo, lo que ayudaría a que campañas de concienciación para evitar la compra de productos de guerra, de sangre, de esclavos, y a costa de la devastación de áreas naturales, que acaba con la vida salvaje, que a su vez, es indispensable para nuestra supervivencia, aunque no lo sepamos. El aceite de palma usado para bronceadores, por ejemplo, está acabando con los orangutanes en zonas como Borneo. Pero desconocemos cuánto perjudica consumir este tipo de productos cosméticos, fácilmente sustituibles.
Han olvidado del mismo modo, que la ayuda financiera a los grandes consorcios, sigue empobreciendo a los pequeños productores y artesanos regionales, que no pueden competir con las grandes corporaciones. El fomento en el consumo de productos regionales, es de gran ayuda para que el reparto de la riqueza sea más equitativo y proporcional.
El Internet puede ser un arma maravillosa para gritarles a los líderes del mundo que repudiamos cualquier tipo de práctica que vulnere la tolerancia, la libertad y la vida digna de todos los seres y todas las sociedades que habitan la Tierra, pues en esta casa habitan millones de seres diferentes, que merecen el mismo respeto que exigimos para nosotros mismos.

2 comentarios:

TheMalau dijo...

Si usted hable ingles, me gustaria saber lo que piensa sobre eso: http://themalau.blogspot.com/2009/04/fighting-congopessimism.html

Laura Fernandez Montesinos Salamanca dijo...

Estimado Sr.
He leído con cuidado el artículo al que me ha remitido, y lo encuentro francamente bueno. No solo estoy de acuerdo con prácticamente todo lo que se dice, sino que lo apoyo. Es algo similar a lo que yo quise decir con el mío.
Le agradezco el que se haya tomado tiempo para dejar su comentario.
Muchas gracias.
Laura Fernández-Montesinos

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I have been reading carefully the article wich link you send me and I find it very goog. No only I'm agree in almost all that it explain, but I support it. It's something similar that I want to explain in mine.
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Laura Fernández-Montesinos.